Resulta curioso pensar porqué el ser humano hace música. Porqué aquel mono en aquella cueva cogió un día aquel hueso y lo golpeó contra una piedra, bum, bum, bum, bum, y creó el primer ritmo y el primer compás. Resulta curioso pensar porqué aquello le sedujo, aquel fenómeno primitivo y visceral, hasta el punto de repetirlo hasta hoy.
La música sólo es tiempo. Sólo eso. Bum, bum, bum, bum. Avanza imparable, un instante tras otro, sin que nada pueda detenerlo. Bum, bum, bum, bum. Igual que la aguja de un reloj, igual que el latido de un corazón, está hecha de la misma materia que la vida.
Cada sonido nace y muere en nuestros oídos y da paso al sonido siguiente, y a medida que nace y muere, nacemos y morimos nosotros. Bum, bum, bum, bum. Y cada sonido nuevo nos seduce otra vez, y así, mientras esperamos el siguiente instante, volvemos a sentirnos como el mono que golpea un hueso contra una piedra y se asombra de seguir estando vivo.