Era una verbena de pueblo, al estilo clásico, con un sólo fulano sobre el escenario. Se bastaba sólo para animar todo el cotarro, con un tecladillo y un micrófono, cantando canciones populares que casi nadie conocía. Ritmos charangueros, a veces tropicales, reducidos a la esencia de una melodía electrónica, como una sintonía de teléfono móvil. Aún así la gente bailaba. Los que más bebían eran los que más bailaban. Algunos hasta hacían la conga en círculos, alrededor de la plaza. Algunas extranjeras sonrosadas reían grotescamente y saltaban, haciendo botar sus enormes tetas en las caras de algunos babosos locales que intentaban seducirlas, o al menos aprovecharse de su ebriedad para frotarse contra ellas, como un oso que se rasca contra un árbol.
El tipo estaba en la barra, con un codo apoyado sobre la chapa metálica. Ya lo había visto antes, al acercarme a pedir un mojito. Parecía un pobre diablo, bajito y oscuro, consumido, con la cara comprimida, concentrada en un sólo punto, y con la boca llena de dientes desordenados. Ni siquiera hizo falta mirarle para que el tipo empezara a hablar.
¿italiano? ¿español? Me caen bien los españoles. Conozco bien la ciudad, si necesitas ayuda no tienes más que pedirla. Si quieres yo puedo ayudarte. ¿Donde vas a ir cuando termine esta fiesta? Yo intentaba evitar sus preguntas, respondiendo a todo que no sabía. El tipo, desde luego, no estaba de malas, pero tanta amabilidad olía a chamusquina viniendo del trigo menos limpio del lugar. Aún así, no entendía cual podía ser su interés en mí. Desde luego, debía estar ciego si pensaba que tenía algún billete en los bolsillos y me extrañaba la posibilidad de que sólo quisiera conversación.
Conozco los mejores locales: el jamaica, el Kremlin, el DeLuxe... tienes que ir a ese, es la hostia, está lleno de mujeres. A mi me encantan las mujeres. Yo soy de aquí, aunque acabo de llegar de Colombia... estuve allí viviendo trece años... Aquello si que era vida. Dinero, mujeres... ya sabes. La vida merece la pena cuando uno tiene dinero... sin pasta, la vida no vale nada. En Colombia yo era un tipo importante, tenía un montón de negras con las que follaba todo el tiempo. Estaban buenísimas.
El tipo hablaba y hablaba. No hacía falta animarle. Mientras hablaba intentaba contarle los dientes: había docenas dentro de aquella boca. Algunos se asomaban, otros, más tímidos, se metían hacia dentro. La mayoría estaban corroídos como si hubiera hecho gárgaras con ácido sulfúrico.
Si, si, tengo tres hijos. Bueno, dos de Colombia y uno de una mujer anterior que tuve aquí. Todavía me llevo bien con ella, pero claro, hacía muchos años que no la veía.
Hablaba de sus hijos como si realmente les quisiera, pero sonaba a mentira. No es que me deje llevar por los prejuicios, en serio. Si vosotros le hubierais visto, jamás diríais que ese tipo pudiera querer a un niño. Si acaso violarlo o robarle, pero no quererle. Quizá criarlos para luego vender sus órganos en el mercado negro. Quien sabe. Aún así, no dudo de que los quisiera, a su manera. Al fin y al cabo les mandaba dinero de vez en cuando. Un padrazo.
Tengo incluso dos nietos. ¿En serio? Si, si: uno ya tiene tres años. Joder, no me daban las cuentas: el tipo no parecía pasar de los cuarenta. ¿En serio? De verdad: dos nietos, hijos de mi hijo mayor... lo tuve muy jóven, con 16, y ahora él tiene 25 y acaba de tener a su segundo hijo. Desde luego, cuarenta años podían dar para vivir muchas cosas. El tipo se había dado mucha prisa.
¿Pero porqué un tipo así podía ser tan importante en Colombia? ¿En qué cojones trabajaba? ¿Trabajo? Jajaja. No, no, yo nunca he trabajado: me dedicaba al tráfico de drogas. Si quieres farlopa, yo puedo conseguirte la mejor. No gracias. También puedo conseguirte hachís si quieres. No gracias. Sólo tengo que llamar a mi primo, que está en las escaleras de ahí abajo. Venga, dame cinco euros y vuelvo ahora mismo. Nos lo fumamos a medias y nos vamos a tomar algo. No te estoy engañando, en serio. Bueno, cinco euros es todo lo que tengo...
Evidentemente, cuando mencionó el dinero, supuse que ese debía ser su interés. Aún así, cinco euros era un precio barato por quitármelo de encima. El tipo quería dejar claras sus buenas intenciones así que insistió en que me quedara su móvil como señal. Volveré enseguida. Era uno de esos móviles modernos con pantalla táctil, que valía bastante más de cinco euros. Aquello no tenía sentido. Si aquello era un timo, estaba ante el timador más estúpido de la región.
El tipo se perdió entre la gente. Tardó más de un cuarto de hora, pero volvió. Se acercó a mi, que le esperaba en la misma barra, pero aún más borracho que cuando me dejó. Al acercarse a mi, un tipo negro, probablemente un inmigrante caboverdiano, le interrumpió y se apartaron un metro. Cruzaron unas palabras. Él puso mala cara. De vez en cuando los dos se giraban y me miraban. Evidentemente hablaban de mí ¿De qué cojones iba todo aquello? ¿Estaba peligrando mi culo o es que tenía el sistema de alarma demasiado sensible? Tuvieron un pequeño forcejeo y él puso una mueca de asco. Se acercó de nuevo y me agarró del brazo. Tenemos que irnos de aquí, ya sabes: es negro... Al decir esta última frase, se aseguró de que nuestro vecino la escuchaba bien. Se miraron a los ojos mientras me arrastraba hasta el otro lado.
Le devolví el móvil y me enseño el hachís: una pieza raquítica que apenas valía para hacer cuatro porros. Arrancó la mitad de un mordisco. Al acercarla a la boca proyectó los dientes hacia fuera, como un monstruo de una película de ciencia-ficción. Empezó a quemar la china hasta que se ennegreció en su mano, despidiendo un olor nauseabundo, mezcla de petróleo y de amoniaco. Utilizó uno de esos papeles gruesos, como los que se usan para escribir. Envolvió el tabaco torpemente y le acercó la llama del mechero. Empezó a brotar de él un humo negro y espeso. Fumó dos caladas que redujeron el porro a menos de la mitad. Yo, mientras, le miraba en silencio.
En Colombia estuve preso mucho tiempo. Me condenaron a quince años por narcotráfico, pero sólo cumplí siete. La cárcel no es un sitio bonito, y menos en Colombia. Allí matan a la gente. Yo mismo lo vi, con mis propios ojos. Vi como degollaban a compañeros míos. A veces sin razón, simplemente los degollaban. Aquellos negros hijos de puta eran como salvajes. Te lo juro, lo vi con mis propios ojos: el cuerpo por un lado y la cabeza por el otro. Gente que conocía. Todas las noches me dormía pensando "me van a matar. Estos hijos de puta me van a acabar matando". Lo pensaba todo el tiempo. Pero eso ya pasó. Salí de allí hace un mes y ahora estoy aquí. No es momento de acordarse de aquello: ahora hay que recuperar el tiempo y divertirse. En realidad no me arrepiento: sabía que iban a acabar cogiéndome, pero en aquel momento pensé que merecía la pena. Lo pasé bien, pero la cárcel es muy dura... muy dura. En serio, no sabes lo que es aquello. Pero ahora ya pasó. Ahora hay que celebrarlo. ¿Quieres que vayamos a tomar una copa? Yo te invito.
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