Parece ser que el anciano estaba ya muy mal cuando recibió la última visita del promotor inmobiliario, que se presentó en su casa sin más, con un traje elegante. El anciano le recibió en su lecho de muerte, prácticamente ciego. El hombre se acercó y le explicó que esta vez su oferta era mucho más ventajosa. Hablamos de mucho dinero. Entendía que hubiera preferido pasar su vida en aquella casa, pero ahora ya no tenía sentido negarse a vender. Había muchas familias jóvenes que esperaban tener la oportunidad de vivir en aquella zona. Tenía que pensar en ellos. Ahora que se acercaba el final, tenía la oportunidad de hacer lo correcto antes de abandonar el mundo. Eso le dijo, y le acercó el contrato a la cama y hasta le colocó un bolígrafo en la mano. Sintió el tacto de su piel vieja y fina como un pergamino. El anciano hizo lo posible por recostarse, entre toses. Con sus últimas fuerzas agarró el bolígrafo y lo apretó contra el papel. Trazó un garabato torpe y se lo pasó al promotor, después le cogió la mano y le dedicó una mirada mientras en sus ojos se extinguía la vida. El promotor le soltó la mano y miró el contrato. Al final del papel, en el hueco donde debería estar su firma, el anciano había escrito “Que os jodan, hijos de puta”.
jueves, 26 de noviembre de 2009
QUE OS JODAN, HIJOS DE PUTA
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1 comentario:
¡Bien por el viejo!
Eso pienso escribir yo cuando me toque.
Me lo apunto.
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