Ya sabéis como empiezan siempre estas cosas, de la manera más anodina, cualquier mañana aburrida de Noviembre. Seguramente la primera señal se detectó en un laboratorio cualquiera, por una leve variación en las lecturas. Seguramente alguna aguja empezó a oscilar en algún aparato, marcando el valor que no debía, y seguramente el becario que estaba encargado, al ver que no le cuadraban las cuentas, fue a alertar a su superior, temiendo haberla cagado en algo.
Al superior se le debió caer el cigarro de la boca al leer aquellas cifras y seguramente llamó a sus colegas para cotejar los datos y los colegas empezaron a mearse en los pantalones. La comunidad científica al completo escupió el café mientras los números bailaban en sus calculadoras. Para cuando se empezó a investigar seriamente el asunto, la Humanidad entera había fijado ya su atención en aquel punto lejano de la galaxia, aquel lugar oscuro en medio de ninguna parte que se dio a conocer como La Anomalía.
Una porción de nada en el centro de la nada más inmensa. Un puñetero puntito en medio del puñetero Universo, idéntico a todos los demás puntitos, pero jodidamente distinto: un tumor espacial en el corazón de la galaxia.
Nadie entendía nada de lo que estaba pasando, y mucho menos los científicos. ¿Cómo podían explicar algo tan complicado a toda una Humanidad histérica que no entendía una mierda de física? La gente ni siquiera sabía lo que ocurría en su propio planeta y de repente tenían la vista puesta al otro lado del Universo. Por si no se sentían ya suficientemente pequeños, de pronto se dieron de narices con el infinito. Ignoraban porqué de repente era tan importante aquel jodido lugar, si es que se le puede llamar lugar al puñetero vacío, y todo que alcanzaban a entender es que, a millones de años luz, aquella inmensa porción de espacio, más grande que cien planetas, les estaba tocando los cojones a escala cósmica. Y tampoco les hacía falta entender mucho más.
El problema, efectivamente, no era que los números bailasen ni que nadie entendiera nada, sino el estado de incertidumbre general en el que quedó sumida toda la población de la Tierra días después del descubrimiento de la Anomalía. La gente continuó con sus rutinas, como si nada y, aunque el tiempo mitigó sus preocupaciones, dejó sus almas marcadas por una desazón punzante. Nadie hablaba del asunto, para no pensar en ello, y hasta parecía que todo aquel angustioso episodio no había llegado a ocurrir nunca, pero en el fondo sabían que aquel lejanísimo cáncer invisible seguía flotando impasible sobre sus cabezas.
Nadie puede saber con seguridad si los efectos de la Anomalía existían ya antes de su descubrimiento, pero desde luego, a partir de que la noticia se hiciese pública, las consecuencias fueron devastadoras. Al principio, todo el mundo pensaba que aquello sólo les estaba ocurriendo a ellos y tardaron mucho tiempo en comprender que la tristeza que había invadido sus pensamientos era en realidad un fenómeno generalizado.
La angustia que provocaba aquel enigmático lugar vacío se difundió por todo el mundo. Los síntomas podían apreciarse a simple vista, en los hombros caídos, en los andares vagos, en la mirada perdida. La angustia provocaba vértigo y el vértigo generaba ataques de ansiedad y hasta de pánico. Algunos apenas conseguían conciliar el sueño. Aquella enfermedad sutil parecía haberles contagiado a todos, como si aquel vacío que flotaba en medio de la nada se hubiera instalado también en sus corazones. La Humanidad entera se sintió desamparada y sola, sin suelo bajo los pies y, como una imparable epidemia, se extendieron por todo el planeta unas inexplicables ganas de llorar.
1 comentario:
...Así que habían inventado una máquina que, como efecto secundario, fue capaz de detectar físicamente la Muerte...
Pues no iban a tener más remedio que volver a empezar desde el principio.
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