El cabrón era un dechado de virtudes. Escribía bien y era gracioso. Era el centro de las fiestas y de las tertulias. Disfrutaba de un éxito merecido y todo el mundo le admiraba. Era alto y bien parecido: un guaperas culto y educado que hablaba con una lucidez que dejaba patente su inteligencia. Te daba la mano con firmeza y seguridad y te miraba a los ojos con una mirada clara y brillante. Te dedicaba una sonrisa sincera mientras pronunciaba tu nombre de pila, del que por supuesto se acordaba, haciéndote sentir privilegiado. La gente hablaba de él como un ejemplo a seguir, cargados de admiración. Ese si que es un buen tipo. El hijo que toda madre querría tener, el intelectual sensible, el amigo cercano, el hombre sencillo. El tipo que todo padre querría que desvirgara a su hija. Por supuesto, me invitó al café y me deseó lo mejor antes de marcharse para dar alguna conferencia en algún congreso. Yo, que soy mezquino y envidioso, en lugar de sentir admiración, sentía náuseas, y en silencio soñaba con el día en que le viera comer tierra. Lo único que me gustaba de él era su novia. Estaba buenísima. Ojalá pudiera tirármela.
martes, 22 de marzo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario