martes, 12 de octubre de 2010

12-S

Me pasé muchos meses estudiando aquellas torres. Lo sabía todo de ellas. Sabía más incluso que los propios arquitectos. Sabía, por ejemplo, que estaban diseñadas para absorber el impacto de un avión comercial, pero que los estudios no habían tenido en cuenta que los aviones van cargados de combustible. Un avión comercial tiene capacidad para más de 20.000 litros de queroseno, y el queroseno tiene una temperatura de combustión de más de 800ºC, lo que provocaría que las gruesas vigas de acero de la estructura central de los edificios se fueran derritiendo poco a poco. Se caerían, si. Vaya si se caerían.

En realidad, el plan era genialmente sencillo: sólo había que subirse a un avión, secuestrarlo y tomar los mandos, cambiar el rumbo y estrellarse en medio del edificio. No había que colarse dentro vestido de empleado de la limpieza, ni falsificar ninguna identificación. Tampoco había que construir ninguna bomba. Era tan simple que ni siquiera se les había ocurrido. Un golpe gigante, tan bestial que era imposible de evitar. Así, a saco. De cabeza contra el corazón del Imperio.

Lo tenía todo pensado, hasta el más mínimo detalle. Los horarios de las compañías, el número de azafatas, los mecanismos de seguridad del avión. Todo estaba preparado para el día 12 de Septiembre. Ese día ardería el cielo. ¿Cómo creéis que me sentí al día anterior, cuando lo vi todo en la televisión? Esos hijos de puta se me habían adelantado.

P.D.: Dedicado a todas aquellas personas a las que alguna vez les han robado una idea, fuera buena o mala.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jui, jui! Esto me recuerda cuando a alguien se le ocurren ideas geniales y te emocionas, pero ya hubo algún listo que las plasmó y te quedas todo depre y fustrado. A quien le pasaba mucho esto?

Anónimo dijo...

Te tienen que editar un libro de relatos cortos Moncho!

Anónimo dijo...

dónde está el relato semanal???
siempre con retrasos en las entregas...
eva