La nadadora se zambulló en el mar, haciendo estallar la frontera que separa el agua del aire. Desde fuera, todo el mar es superficie, como un suelo inmenso que no albergara nada debajo, pero al cruzar esa línea entra en un mundo nuevo con reglas distintas. Un mundo de silencio y levedad donde ya no importa nada de lo que importaba al otro lado. Al cruzar esa línea, el tiempo desaparece y de nada valen la prisa, la rabia o la tristeza. En la profundidad, su cuerpo deja de ser sólido y se convierte en parte de aquel fluido enorme. En la profundidad estás sólo, como antes de nacer. La nadadora desciende despacio, hundiéndose cada vez más en la oscuridad, cada vez más profundo, cada vez más lejos del mundo, cada vez más cerca de ella misma, y cuanto más se sumerge, más crece la sensación de que en el fondo encontrará la respuesta a una pregunta que ni siquiera conoce.
martes, 26 de abril de 2011
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