miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL POLO SUR

"Hace tiempo que no escribes", me reprocha. Desde el lugar en el que escribo la comunicación es complicada. No es tan sencillo, querida. No sé siquiera qué escribir, estoy agotado.

Y cuando no sé qué escribir soy peligroso, porque escribo lo primero que me viene a la cabeza. Y ahora, lo primero que me viene a la cabeza es el aula de tercero de básica de mi colegio. Allí había una bola del mundo enorme y polvorienta que chirriaba cuando la hacías girar y un viejo mapamundi amarillento que ocupaba toda la pared. Allí me enseñaron toda ese rollo de los países y las capitales. Suerte que nunca llegué a aprendérmelos bien, porque ahora han cambiado la mayoría. Ni Unión Soviética, ni Yugoslavia, ni las putas Alemania Federal y Democrática.

Como aquella mierda, cuando cambiaron el padrenuestro. Lo cambiaron justo cuando me tocaba hacer la comunión, tócate los cojones. Me lo aprendí de memoria, como un imbécil, y luego el profesor de religión nos dijo que lo habían cambiado. ¿Cómo coño pueden cambiarlo? ¿Eso no está escrito en la Biblia desde hace un millón de años? ¿Cómo pueden cambiar esa mierda ahora?

Los ríos de Europa no han cambiado, que yo sepa, pero tampoco llegué a aprendérmelos nunca. Ni los ríos ni las provincias de España. Las putas provincias de España ¿estás de coña? Parece que estés estudiando para el servicio de Correos o algo así.

Pero un día me explicaron lo de los polos de la Tierra, y eso sí que se me quedó grabado. Resulta que el planeta gira a toda hostia alrededor del Sol, pero también gira a toda hostia sobre su propio eje, como los chutes con efecto de Oliver y Benji.

Resulta que todos estamos girando a toda hostia por el espacio, pero no nos enteramos de nada. Y cuando digo a toda hostia digo a más de cien mil kilómetros por hora. A toda hostia. Mientras estás sentado en el pupitre, escuchando cómo el profesor te revela este misterio incomprensible, tu pupitre viaja disparado a más de cien mil kilómetros por hora, pero tú no te despeinas, tú no notas nada.

El eje de la Tierra pasa por los polos, el norte y el sur. El polo sur está en la Antártida, en medio de la jodida nada. Abajo del todo. Si vas allí y te colocas justo en ese punto, resulta que estás boca abajo girando a toda hostia sobre tu propio eje, como una puta peonza. Pero tú no te enteras de nada. No es que te marees ni sientas nada especial. No percibes nada de toda esa mierda cósmica. Tú no te enteras de nada.

Pero el caso es que sólo puede haber una persona colocada exactamente en esas coordenadas, y eres tú. Estás más al sur que nadie en todo el jodido planeta. Lo más abajo posible. Y camines hacia donde camines, te estarás moviendo hacia el norte.

Pues es desde ahí desde donde escribo, amiguitos. Estoy más abajo que nadie, pero me da igual, porque sé que camine hacia donde camine, sólo puedo ir hacia arriba.

martes, 11 de octubre de 2011

JOSÉ RAMÓN

Yo nací sin nombre. Nací dos veces.

Por aquel entonces, en mi pueblo, tan lejos de los hospitales, era habitual que los niños muriesen al nacer, por eso prefirieron no pensar mi nombre durante la gestación, para no hacerse ilusiones, no fuera a ser que muriese. Mi madre me parió sola sobre un colchón infecto. Mi padre estaba en la mar, en otro planeta, y yo sobrevine dos meses antes de lo previsto, una tarde de Julio, mientras mi madre tendía las sábanas al sol. Tuvo suerte de llegar hasta la cama. Tuvimos suerte. Me parió allí, sin que nadie la ayudase.

Por eso en mi DNI figura una fecha de nacimiento falsa, el 5 de Agosto, un mes después de la real, cuando mi padre por fin regresó a casa y me inscribió en el registro, aunque durante mucho tiempo pensaba que ese era mi cumpleaños de verdad, y ese era el día de la tarta y las serpentinas. Y por eso en mi DNI figura también un nombre falso, José Ramón, que es el nombre de un muerto.

Diez años después de aquella tarde de Julio, después de una cena de Navidad, escuché una conversación entre mi tía y mi madre y por ella supe que mi madre había estado embarazada un año antes de que yo naciera, pero el niño murió en el parto. Mi madre lo tenía todo preparado para la llegada de su primerizo, que sin duda se llamaría Jose Ramón, como ella había soñado, y crecería y sería guapo y listo y cuando le preguntasen cómo se llamaba, él diría José Ramón.

Calcetó patucos y gorritos, tejió baberos con su nombre, cosió mantitas y gorros. Se imaginaba ya cambiándole la ropita a su retoño, envuelto en paños sin mácula. Los médicos corroboraban la salud de la criatura durante la gestación y le auguraban un futuro saludable. Mi madre salió de cuentas a los nueve meses, el 5 de Agosto, como los médicos habían pronosticado, y mi padre le pidió el coche a un vecino para llevarla al hospital.

José Ramón murió antes de salir del vientre. Mi madre se derrumbó y tuvo que hacer frente a una cuna vacía y una casa llena de ropa para bebé. Lloró sus penas más tristes durante todo el otoño, la melancolía empañó los cristales y hasta las sábanas tendidas al sol parecían salpicar el suelo de lágrimas.

Cinco meses después se quedó embarazada de nuevo, por accidente. Los médicos le advirtieron que no era el mejor momento, tras un aborto natural, y pensaron en detenerlo a tiempo. No era cabal poner su vida en aquel trance por un feto mal engendrado. Mi salud era delicada y era mejor no hacerse ilusiones. Por eso mi madre no pensó un nombre para mí. Por eso no se imaginó cambiándome la ropita. Por eso no preparó paños sin mácula.

Después, cuando nací, mi madre me vistió con la ropa de José Ramón, con su nombre bordado, sin estrenar. Usé su babero y su biberón, su sonajero y su chupete. Por eso decidió llamarme José Ramón. Para aprovechar los baberos. Por eso creo haber muerto antes de nacer. Por eso pienso que nací dos veces. O que se confundió el primer José Ramón con el segundo. O qué se yo.

Pienso que si José Ramón hubiera sobrevivido, yo no habría nacido y su vida hubiera sido exacta a la mía, y entonces yo habría sido él, pero con un año más.

Pienso que si José Ramón era otro José Ramón y no yo, entonces era mi hermano, y entonces tengo un hermano muerto, pero es extraño pensar esto, porque José Ramón nunca pudo llegar a ser mi hermano, y de hecho, si hubiera vivido lo suficiente, entonces sería yo el que no hubiera nacido.

O al menos, si yo también hubiera nacido, ya no me habrían llamado José Ramón y mis baberos tendrían otro nombre bordado, porque José Ramón estaría usando los suyos. Entonces él ya no sería el hermano de José Ramón, porque José Ramón sería él.

Todo esto y muchas más cosas pienso cuando pienso en José Ramón, que soy yo.

Soy un suplente. No debería estar aquí ni llamarme como me llamo. Soy un estafador que vive la vida de otro, que viste su ropa, que lleva su nombre, que llama “mamá” a su madre. Pero a una madre no se la puede engañar, una madre reconoce a su hijo, y por eso cada año, cuando llega el 5 de Julio, mi madre ignora la fecha de mi cumpleaños y espera hasta el 5 de Agosto para celebrarlo, y me prepara una tarta, y escribe en ella mi nombre con nata. José Ramón.

viernes, 23 de septiembre de 2011

TE HE DICHO QUE NO

Te he dicho que no, que esto no va a durar para siempre. Que te olvidarás de todo, y yo también me olvidaré. Los dos nos olvidaremos de todo, aunque ahora no puedas creerlo. Y aunque después queramos recordarlo, ya no sentiremos lo que sentimos ahora. Sí, vas a olvidarte de todo, aunque ahora te parezca imposible. Te olvidarás de la tarta y de la luz que entra por la ventana. Te olvidarás de la estufa y del paseo de vuelta a casa. Te olvidarás del olor de la ropa tendida y de la taza que tiene el asa rota y de aquella canción tan graciosa. Y yo también lo olvidaré. Lo olvidaremos todo.

Después de decir esto se giró y se perdió entre la gente. No he vuelto a escuchar su voz. Irónicamente, no hay día que no recuerde este momento.

miércoles, 24 de agosto de 2011

TODAVÍA TE RECUERDO

Todavía te recuerdo.
Me acuerdo de tu mirada.
Me acuerdo de cómo reías
y de cómo me besabas.
Nunca nadie deseó nada
como tú me deseabas,
ni nunca nadie amará
tanto como yo te amaba.
Quien puede arder por amor
también puede arder por rabia.
Al menos, antes de irme,
pude robarte unas bragas.

viernes, 15 de julio de 2011

tic-tac

El tiempo habla a la vez de la vida y de la muerte, que al fin y al cabo son lo mismo. Cada segundo respira y muere, como un animal que agoniza ante nuestros ojos. Cada momento transcurre sin piedad, desde el principio hasta el fin, como un latido caduco, condenado a terminar desde el mismo momento en que comienza.

martes, 5 de julio de 2011

ODA AL EQUIPO A

Uno no es dueño de sus pensamientos ni de sus recuerdos, ni decide qué recuerda ni qué no. A saber cuántos momentos importantes de mi vida se habrán esfumado para siempre, olvidados, como si jamás hubieran sucedido, y sin embargo esta mierda sigue aquí, intacta, después de tantos años.

A estas alturas apenas recuerdo ya cómo comenzó todo. No recuerdo quién era, ni qué diablos pensaba, si es que pensaba en algo, ni qué diablos sentía, si es que sentía algo... No recuerdo cómo cojones he llegado hasta aquí. Pero hay cosas en la vida que no se olvidan, eso es jodidamente cierto, hay cosas que no se olvidan nunca, aunque quizá no sean las que a nosotros nos habría gustado.

Porque puede ser que ya no recuerde quién soy ni de dónde vengo; que no consiga recordar lo que sentía por tí, cuándo te conocí, ni la primera vez que te vi, ni la última vez que te besé, sin embargo, sin saber cómo ni porqué, recuerdo perfectamente lo que sucedió aquel verano de 1972... y, maldita sea, cuando lo recuerdo tengo la extraña sensación de que todo va a salir bien.

Yo ni siquiera había nacido, y sin embargo recuerdo con nitidez lo que sucedió aquel verano. Diría que esa mierda es lo único que consigo recordar con claridad.

Recuerdo perfectamente que en 1972 cuatro de los mejores hombres del ejército americano fueron arrestados por un delito que no habían cometido, que no tardaron en fugarse de la prisión en la que se encontraban confinados y que en la actualidad, todavía perseguidos por la justicia, sobreviven como soldados de fortuna.

...Y en lo más profundo de mi corazón sé que si alguna vez tengo algún problema y me los encuentro, tal vez pueda contratarlos.

miércoles, 29 de junio de 2011

PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

El 28 de Mayo del pasado año murió Gary Coleman, un conocido actor afroamericano que protagonizó una popular serie de televisión en los ochenta. En ella, interpretaba a Arnold, un niño de ocho años, a pesar de que él contaba con una edad mucho mayor por aquel entonces, pero aparentaba ser más pequeño debido a una enfermedad en el riñón llamada nefritis que afectaba a su crecimiento. Parece que entabló amistad con el cantante Michael Jackson, cuyo interés por los niños era de sobra conocido. Más revelador parece el hecho de que la serie protagonizada por Coleman, titulada en EEUU "Different Strokes", fuese traducida al castellano con el título "Blanco y Negro", igual que el disco que años más tarde publicaría el rey del pop.

Pero más revelador todavía es el hecho de que tiempo después apareciese en antena una nueva serie titulada Webster, de sospechosas similitudes, protagonizada por Emmanuel Lewis, que también interpretaba a un personaje de una edad muy inferior a la suya, debido a la misma enfermedad que afectaba a su crecimiento. Incluso fue nominado en 1987 al premio de actor revelación de una serie televisiva que finalmente acabaría ganando el actor Kirk Cameron por su elaborado papel en "Los problemas crecen". Webster también tuvo una estrecha relación personal con el cantante Michael Jackson e incluso se les puede ver actuando juntos en numerosas apariciones televisivas de la época que os aconsejo que consultéis por Youtube por su elevado interés cultural. (http://www.youtube.com/watch?v=lTx778LK3Rc)

Tanto Arnold como Michael Jackson han muerto recientemente en circunstancias poco conocidas, mientras que Emmanuel Lewis, Webster, continúa vivo, y se le ha podido ver en apariciones públicas recientes, aunque seriamente afectado por la muerte de su amigo Jackson.

El parecido entre ambas series es más que evidente, igual que el existente entre sus dos actores protagonistas, pero es que además, el actor que interpretaba al padre de Webster en la ficción era Alex Karras, un conocido actor y jugador de futbol americano de la época, que de hecho prestaba su personalidad a su personaje, George Papadopoulos, que en la serie era un comentarista deportivo de éxito televisivo. Sobra decir que Alex Karras recuerda en nuestro imaginario colectivo al famoso personaje de "El exorcista", el Padre Karras, cuyo nombre de pila era Damien, que a su vez era el nombre del niño diabólico de "La Profecía". Y si esto no os parece una muestra tangible del poder de manipulación de los Illuminati es que sencillamente no queréis verlo.

EL FINAL DE MIS DESEOS

Froté con todas mis fuerzas con la manga de la chaqueta. La lámpara empezó a brillar con una luz inexplicable y al caerse de mis manos brotó de ella una nube de humo denso de la que apareció un genio. Me concedió tres deseos y en pocos segundos obtuve lo que más anhelaba en el mundo. Todo lo que siempre había querido y nunca había podido tener se hizo realidad de golpe. En ese momento comprendí que, en realidad, los genios son los enemigos de los deseos.

SI VÁIS A CONTARME UNA HISTORIA, POR LO MENOS QUE SEA ESTA

Estaba sentado en un lujoso sofá de cuero, con las babuchas sobre la mesa, frente a un enorme montón de cocaína. Se atusaba las barbas mientras veía la imagen de las cámaras de seguridad que rodeaban el edificio en una inmensa televisión de plasma de un millón de pulgadas. El salón era todo de mármol blanco y terciopelo rojo, decorado con esculturas griegas.

Cuando vio cómo los soldados entraban a tiros por el jardín principal aún tuvo tiempo de coger la metralleta, cargarla y quitarle el seguro. Subió por la imponente escalinata hasta el balcón, justo encima de la fuente central, coronada por una gran esfera metálica con un letrero de neón que reza EL MUNDO ES MÍO. Envuelto en un batín de seda y con un puro habano en la boca, esperó a sus asaltantes mascullando "veníd, jodidos infieles, venid si tenéis cojones".

Esperó en silencio hasta que las puertas reventaron y se puso a disparar. Entonces, una lluvia de sangre empapó las viseras de los cascos de los agentes especiales, que fueron cayendo uno a uno por orden cronológico de jubilación. La lluvia de balas dejó helados al resto de los miembros del dispositivo, que todavía estaban accediendo al edificio.

Tras el tiroteo inicial, herido por varios disparos, se apostó tras la barandilla para recargar el arma mientras gritaba "¿con quién creéis que estáis jugando? Soy Osama Bin Laden, el mayor terrorista del mundo. Querer joderme a mí es querer joder al mejor".

Atrincherado en el balcón, todavía pudo disparar a un par de soldados más, uno que acababa de tener un hijo y otro hispano que era un buenazo. El resto de las fuerzas especiales de apoyo entraron descolgándose con cuerdas de los helicópteros, a través de la cristalera del tejado. Le derribaron con un arma capaz de disparar trescientas balas por segundo, y mientras su cuerpo bailaba, ametrallado de sangre, todavía gritaba "estoy vivo, hijos de puta, estoy vivo, nunca acabaréis conmigo".

miércoles, 1 de junio de 2011

LA LLAMADA

Si yo me muriese ahora, dentro de veinte años, cuando ya no te acuerdes de mí, quizá te equivocarías buscando en tu agenda el número de alguien que se llame como yo. Marcarías y mi teléfono sonaría en mi tumba un sábado por las noche, dándole un susto de muerte al vigilante del cementerio.

martes, 26 de abril de 2011

LA NADADORA

La nadadora se zambulló en el mar, haciendo estallar la frontera que separa el agua del aire. Desde fuera, todo el mar es superficie, como un suelo inmenso que no albergara nada debajo, pero al cruzar esa línea entra en un mundo nuevo con reglas distintas. Un mundo de silencio y levedad donde ya no importa nada de lo que importaba al otro lado. Al cruzar esa línea, el tiempo desaparece y de nada valen la prisa, la rabia o la tristeza. En la profundidad, su cuerpo deja de ser sólido y se convierte en parte de aquel fluido enorme. En la profundidad estás sólo, como antes de nacer. La nadadora desciende despacio, hundiéndose cada vez más en la oscuridad, cada vez más profundo, cada vez más lejos del mundo, cada vez más cerca de ella misma, y cuanto más se sumerge, más crece la sensación de que en el fondo encontrará la respuesta a una pregunta que ni siquiera conoce.

sábado, 23 de abril de 2011

PLAN PARA MATAR A UN NIÑO

Crucé por el parque para atajar, porque ya estaba llegando bastante tarde. No tenía que haberlo hecho, porque metí el pié en un charco y los bajos del pantalón se me llenaron de barro. En fin, todo mi aspecto era bastante deplorable, pero esto le daba el toque definitivo: iba a una entrevista de trabajo y parecía que había pasado la noche en un contenedor. La verdad es que apenas había dormido un par de horas y después había vomitado. Caminaba tambaleándome y todavía me sentía medio borracho de la noche anterior. Entre el sueño y el ayuno, con el estómago vacío y el calor de la mañana, estaba empezando a marearme.


Unos niños pequeños jugaban a la pelota, entre gritos y risas, y otro grupo jugaba simplemente a perseguirse. Parecían drogados, de lo felices que estaban. Reían sin parar, como si todo les hiciera gracia. Qué bien está eso de la infancia, diablos.


La pelota salió disparada y cayó a mis pies justo cuando pasaba. Uno de los niños se acercó hacia mí y me pidió que se la pasara. Tardé un segundo en reaccionar y otro en enfocarle con los ojos. "claro, chaval". Le di una patada a la pelota, como pude, y tuve suerte de acertarle y de no caerme, pero no tanta, porque le di al niño un balonazo en plena cara. El niño se bamboleó con el impacto y se quedó noqueado un segundo, mirándome fijamente. Yo también le miré, sin decir nada. Pasado ese segundo, el niño rompió a llorar, cada vez más fuerte y la cara se le empezó a poner rosa, luego roja y luego casi violeta. Yo me acerqué y le puse la mano en el hombro "perdona chaval, soy un torpe... soy el peor futbolista del mundo, ¿sabes?" Pero el niño no me hacía ni puñetero caso. Lloraba con tanta ansia como le permitía su pequeño cuerpo, como si estuviera invocando con su llanto a todas las fuerzas de la naturaleza. Yo no sabía qué decir para consolarle. Simplemente le tocaba en el hombro. Miré hacia delante y vi cómo todos los niños habían dejado de jugar y miraban en nuestra dirección con los ojos tan abiertos como una manada de gatos. Al momento, una mujer joven apareció de pronto y cogió al niño del brazo, apartándolo de mi lado, y se agachó para ponerse a su altura. "¿Qué te ha pasado, mi vida?" decía mientras le examinaba la cara como un chimpancé cuando despioja a sus crías. El niño no respondió ni detuvo su ansioso llanto, pero sí que tuvo energías para alzar su dedo delator como un resorte, directo hacia mi y tan afilado que temí que se le disparase. La madre, desde el suelo, me dirigió una mirada acusadora que me pilló completamente desarmado. Empecé a hablar para intentar articular una disculpa "...yo, verá... el niño..." pero ella interrumpió con un seco "no se preocupe, pero tenga más cuidado, ¿de acuerdo?". Se levantó y recogió el balón con una mano mientras con la otra arrastraba al niño, que todavía no había parado de llorar a toda máquina.


Me quedé mirando cómo se alejaban. Unos metros más adelante, el niño empezó a sollozar y a sorberse los mocos. La madre se detuvo y cogió un pañuelo del bolso para limpiarle. Después continuaron caminando y el niño volvió a estallar, sólo que ahora se le oía más bajito, por la distancia. Me sobresalté al recordar que estaba llegando tarde a mi cita con el editor. Me puse a correr lo que quedaba del camino hasta el metro. Sorteé toda clase de obstáculos, desde los guiris que no sabían pasar la tarjeta por el torno hasta la pareja de ancianos que obstruía las escaleras mecánicas. Llegué al andén justo cuando empezaba a sonar la señal de cierre de puertas, pero salté dentro del vagón como un superhéroe en una escena de acción, antes de que arrancara. Con las piernas todavía flexionadas vi a una multitud atónita mirándome sorprendida. Me incorporé y me atusé la chaqueta, intentando disimular. La gente empezaba ya a hablar de sus cosas cuando me giré y le vi allí mismo, detenido frente a mí.


Llevaba el balón en una mano y sujetaba a su madre con la otra. Ella charlaba con un amigo y ni siquiera me vio. Me agarré a una barra, justo al lado del chaval, que me miró socarrón, con el ceño fruncido. Me sacó la lengua. Yo hice lo mismo. Dio un paso retador hacia mí y sin mediar palabra me arreó una patada en la pierna con todas sus fuerzas. El cabrón me hizo ver las estrellas. Solté la barra y me llevé la mano a la espinilla instintivamente justo cuando el tren pegaba un frenazo. Caí justo encima de una viejecita, que gritó más por el susto que por el golpe. Alguien me agarró del brazo y me puso en pie violentamente. Intenté disculparme con la señora mientras su anciano marido me gritaba. Se armó un buen revuelo. La gente comentaba y escuché hasta insultos. Me separé unos pasos del tumulto y me senté en un asiento vacío. Algunos me miraban de soslayo y rumoreaban. El niño me miraba y se reía. El hijo de puta se reía.


Aquel engendro pecoso había nacido para joderme. Tenía ganas de pegarle un puñetazo en plena cara. Si, de acuerdo que yo le había pegado un balonazo antes, pero yo había intentado disculparme como un caballero y aquella venganza suya era a todas luces desmedida. Y encima todo el mundo me miraba como si fuera un delincuente. ¿Es que nadie había visto su patadón alevoso? No, por supuesto, porque el muy sucio lo había hecho a escondidas, como un cobarde. Si, ya sé que era solo un niño. No me vengáis con esas. El miserable sabía perfectamente lo que hacía. Aquella rata se amparaba en la presencia de su madre y en la inmunidad de su infancia, y ahora, encima, se regodeaba, intocable, sabiendo que había ganado. De acuerdo que sólo tenía siete años, pero el hijo de puta había aprendido muy deprisa. Me miraba y se reía enseñando sus pequeños incisivos de ratón. Después crecería y sería peor. No hablo de que se convirtiera en un navajero que atracase a la gente en los callejones para poder comprarse droga. No, sería mucho peor. Sería el más hijo de puta de los directores de sucursal y negaría créditos con la misma sonrisa burlona que ahora me estaba dirigiendo a mí. Se aprovecharía de su situación con la misma soltura que ahora, e incluso desviaría fondos a su cuenta o conseguiría que algún concejal amigo suyo le recalificara unos terrenos. O sería policía o político o alguna mierda de esas y pasaría su opulenta y asquerosa vida aprovechándose de su posición, sabiendo que jamás sufriría las consecuencias de sus actos.


Aquel pequeño hijoputa se merecía una lección. Acabaría con él, le aplastaría como el insecto que era y liberaría al mundo de su infecta presencia. Si, ya lo sé, no me jodáis vosotros también: si le hubierais visto sabríais que se lo merecía. Había que cortar aquella mala hierba de raíz. Seguía allí con aquella cara pecosa y aquellos dientecitos separados que le asomaban de la boca al sonreír. Seguro que las amigas de su madre le pellizcarían las mejillas y le revolverían el pelo mientras decían "qué monada". Tenía ganas de desdentarle de una hostia, pero aquella rata había predispuesto a todo el vagón en mi contra. Algunos todavía me miraban. Ahora, todo el mundo creía que yo era un desalmado aplastaviejas y no podría ni arrearle el primer puñetazo antes de que me detuvieran. No iba a darle de nuevo esa satisfacción. Para los demás sería un loco que agredía a un niño pequeño sin mediar palabra. Menudo chiflado. Nadie salvo él y yo sabría que se trataba de un acto de justicia.


El cabrón había ganado aquella batalla, pero Dios sabe que no ganaría la guerra. Iría al parque a la mañana siguiente, me agazaparía sigilosamente detrás de los arbustos y esperaría a que la madre se despistara. Cuando el chaval se acercara yo caería sobre él como un jaguar silencioso, le arrastraría detrás de los arbustos sin hacer ruido y me marcharía de allí antes de que nadie reparase en su ausencia. Ya verás, pequeño imbécil, ya verás lo que es bueno...


Pero si quería hacer aquello tenía que pasar primero por la ferretería, después de la entrevista, de camino a casa. Tenía que comprar plásticos para cubrir el suelo del baño y cal viva para mezclar en la bañera. Aquel bastardo seguía mirándome con la burla brillando en sus ojos. No tenía ni idea de que mañana a estas horas pendería boca a bajo, inerte, colgado de un gancho en mi desván, como un conejo. Sonríe, pequeño cabrón. Endulza mi venganza.


Con tanta planificación casi se me pasa la parada. Brinqué de mi asiento y salí del vagón a empujones y todavía me dio tiempo a escuchar algún insulto antes de que se cerraran las puertas. Llegué al enorme edificio de la editorial con mi último aliento. Tuve que apoyarme en la pared para recuperar el fuelle. En la entrada tenían un control de seguridad con detector de metales. ¿Qué cojones pasa ahora que ponen esos chismes en todas partes? Me acerqué a la mesa y cogí una bandeja de plástico. Empecé a colocar en ella todo lo que tenía en los bolsillos ante la atenta mirada del agente. Un bolígrafo, una harmónica, un cortauñas, unas monedas, una cadena, un imperdible, un tornillo grande, una cucharilla que ni siquiera sabia que estaba ahí y un adaptador de corriente para un enchufe de 220w. Por último, me quité el cinturón y crucé el arco sujetándome los pantalones para que no se me cayeran hasta las rodillas. Aún así pitó. El cabrón pitó. El agente, que todavía estaba mirando el contenido de la bandeja, se acercó a mi con un detector manual y empezó a frotármelo por todo el cuerpo. El cacharro pitaba y pitaba. Era como si todo yo estuviese hecho de metal, joder. El agente se colocó detrás de mí y me pasó el detector entre las piernas. Estaba a punto de meterme aquel chisme por el culo cuando me di la vuelta. El tipo me miró y me pasó la bandeja de plástico. "Aquí tiene sus cosas, señor. Que pase un buen día". Joder, pero si había pitado por todas partes. ¿Para qué hacía entonces todo aquel teatro? Podría haber llevado encima un arsenal. Recogí todo y lo devolví a mis bolsillos.


Fui hasta la mesa de la secretaria. Era una criatura despampanante, de largas piernas y grandes pechos, una mujer carnosa que hablaba por teléfono a la vez que tecleaba en el ordenador. En su escote se podría nadar. Era como si hubieran cogido a una modelo y la hubieran disfrazado de secretaria, en serio, como si la hubieran sacado directamente de una fantasía erótica. Parecía una broma. Me preguntaba si era coincidencia que la chica fuera tan voluptuosa o si la habrían seleccionado por su presencia. Esperaba que no tuvieran el mismo criterio en mi caso. Me preguntaba también si aquel asombroso escote era cosa suya o de la dirección de la editorial.


"Buenos días. Tengo una cita con el señor Ortiz" dije mientras me abrochaba de nuevo el cinturón. La chica miró sin dejar lo que estaba haciendo. Me hizo un gesto para que esperara. Mientras escuchaba en silencio lo que le decían por el auricular me repasó con la mirada. Parecía un nuevo detector de metales. Se mantuvo así un buen rato. Después dijo "un momento, por favor" y tapó el auricular con la mano. Abrió la agenda y se puso a repasarla. Se apartó las gafas con la misma mano con la que agarraba el bolígrafo mientras agarraba el teléfono con el hombro. "¿El señor Fernández?" "Ese soy yo" respondí. "Pase, el señor Ortiz le está esperando". Mientras decía esto dejó la agenda y soltó las gafas, sujetó el teléfono con la mano del bolígrafo y con la otra me señaló la puerta. Continuó atendiendo la llamada y ya pensaba que no habría respuesta para mi "muchas gracias", cuando volvió a apartar el auricular para lanzarme una sonrisa equivalente.


El despacho parecía sacado de una revista de decoración de interiores. Maderas nobles, cuadros abstractos y muebles de diseño. A esas alturas yo ya tenía la cabeza a punto de estallar, y la resaca se manifestaba en mi boca pastosa y en mi aliento de sepultura, pero aún así puse mi mejor cara cuando le estreché la mano al señor Ortiz. Me hizo sentar en un butacón frente a su imponente mesa y abrió una carpetita de cartulina. "He estado repasando tu trabajo" dijo "es agresivo". Hablaba de algunos relatos que había enviado a una de las revistas de la editorial. No eran muy buenos, pero supongo que tenía razón en lo de agresivos. Era extraño que aquel tipo de aspecto tan recto pudiese distfrutar con aquellas historias. No es que me pareciera mal: me divertía. Hundí el cuerpo en el butacón y estiré las piernas.


"Podríamos publicar algo tuyo, pero tiene que ser algo punzante de verdad... nada de relatos inofensivos sobre la vida cotidiana, sino algo radical". A mi ya me costaba bastante concentrarme en el significado de las palabras como para pensar una respuesta. "¿Quiere que sea radical?" "Si, en fin, algo escrito con rabia, con esa mirada tuya de perdedor fracasado...". Me incorporé en la butaca "¿Perdedor fracasado?". El tipo sonrió. "Ya me entiendes".


Desde luego que le entendía. Aquel señor de corbata y manicura hacía negocio con la transgresión artística. Quería relatos de drogas y putas, donde abundaran los tacos y se follara sin pudor. De esos que sabía vender tan bien. Relatos sórdidos y abyectos, en los que se dijeran cosas sonrojantes. Lo cierto es que a mí me importaba bien poco aquella rebeldía de anuncio, pero sí que me importaba mi cuenta corriente. ¿Perdedor fracasado? ¿No te jode? Si tuviera más dinero podría escribir de otro modo, pero en mi situación ¿cómo no iba a escribir con rabia?


Todos los relatos que escribía eran autobiográficos, así que aquel tipo me estaba llamando perdedor fracasado en mi puta cara. Imagino que para él sería gracioso leer aquellas cosas que consideraba tan exóticas, pero aquello era mi puta vida, joder, y al fin y al cabo tampoco había caído tan bajo como él pretendía. Diablos, yo tendría todo el aspecto de un bohemio desarrapado y mal nutrido, pero no era un macarra ni un vagabundo. Al menos no todavía. Pero ¿qué más da? Al fin y al cabo sólo era literatura, ¿no? Aquel señor creía que yo era, al menos sobre el papel, un macarra sin escrúpulos capaz de decir cualquier cosa y eso era lo que le interesaba de mí. Y por Cristo que a mí me interesaba aquel negocio. Ojalá pudiera hacerme tan rico como él a base de escribir relatos de perdedor fracasado. Con lo que costaba su reloj yo habría podido vivir un par de años. Si lo que quería era algo sórdido y deslenguado, yo estaba dispuesto a escribirlo y hasta enrollarlo en un tubito y metérselo por el culito.


"Tengo un relato perfecto" le dije. “Es pura abyección”. Iba a decir que lo escribí colocado de anfetas, pero ya me parecía demasiado inventar, porque por supuesto yo no tenía ningún relato. Ni relato ni dinero, y no se trataba ya de poder pagar las facturas, sino que en pocos días ya no tendría dinero para comer. Llevaba cuarenta días durmiendo en sofás de amigos y necesitaba una fuente de ingresos urgente. Le dije lo más abyecto que se me ocurrió. “Se titula Plan para matar a un niño”.


Al tipo le encantó. Me fui a casa a seguir durmiendo. De camino me paré en la ferretería. Después sólo tendría que escribir el relato y ya está.

miércoles, 6 de abril de 2011

LO QUE NECESITAS ES AMOR

Ocurrió en el verano de 1996. Caminaba por la cuneta de la carretera comarcal cuando escuchó un traqueteo metálico, después un ruído sordo y el chirrido de un frenazo. Cuando volvió en sí reconoció la caravana gris brillante tumbada a pocos metros. Jesús Puente estaba arrodillado a su lado y se agachó para susurrarle "tranquilo chaval, es mejor que no te muevas, ya hemos llamado a una ambulancia".

sábado, 2 de abril de 2011

RECUERDOS CATÓDICOS

Veía la televisión 8 horas al día, como un jodido trabajo a jornada completa. Quiero decir que me lo tomaba muy en serio. Que no sólo veía "son goku" y "campeones" sino que madrugaba los sábados para ver "pressing catch" y "humor amarillo". Así de ruda fue mi infancia. Invertí muchas horas en cosas que casi no recuerdo, como "supermarket", un programa presentado por Enrique Simón en el que soltaban a los concursantes en medio de un supermercado con una lista de la compra y tenían que conseguir llenar el carrito antes que el otro equipo. Un argumento realmente alucinante. Lo digo en serio, ahora ya no se hacen cosas así. Cuando pienso en este concurso es casi como si todo hubiera sido un sueño. Un sueño televisivo. Como aquel programa de Jesús Puente que se grababa desde el interior de una habitación de hotel y el concursante tenía que conseguir gastar un millón de pesetas por teléfono. Este extravagante universo era mi hogar. Lo recuerdo empañado, fuera de foco y con los colores muy saturados, como aquel programa que tenía Jesús Gil en Tele5. "Gil, y tal y tal". Todos estos recuerdos absurdos e irreales se han enquistado en mi memoria. Olvidé mi primer día de instituto, pero recuerdo el de Brandon y Brenda Walsh. Olvidé mi primer beso, pero recuerdo el de Zack Morris y Kelly Kapouski. No recuerdo la fecha de tu cumpleaños, pero sé que el de Michael Jackson es el 29 de agosto. Que Dios le tenga en su gloria. Ahora todos mis recuerdos tienen la textura de un anuncio de zumosol de los ochenta.

martes, 22 de marzo de 2011

EL GRAN TIPO

El cabrón era un dechado de virtudes. Escribía bien y era gracioso. Era el centro de las fiestas y de las tertulias. Disfrutaba de un éxito merecido y todo el mundo le admiraba. Era alto y bien parecido: un guaperas culto y educado que hablaba con una lucidez que dejaba patente su inteligencia. Te daba la mano con firmeza y seguridad y te miraba a los ojos con una mirada clara y brillante. Te dedicaba una sonrisa sincera mientras pronunciaba tu nombre de pila, del que por supuesto se acordaba, haciéndote sentir privilegiado. La gente hablaba de él como un ejemplo a seguir, cargados de admiración. Ese si que es un buen tipo. El hijo que toda madre querría tener, el intelectual sensible, el amigo cercano, el hombre sencillo. El tipo que todo padre querría que desvirgara a su hija. Por supuesto, me invitó al café y me deseó lo mejor antes de marcharse para dar alguna conferencia en algún congreso. Yo, que soy mezquino y envidioso, en lugar de sentir admiración, sentía náuseas, y en silencio soñaba con el día en que le viera comer tierra. Lo único que me gustaba de él era su novia. Estaba buenísima. Ojalá pudiera tirármela.

sábado, 19 de marzo de 2011

UNA HISTORIA DE ROMANOS o “PENSABA QUE YA NO VENDRÍAS”

Todo esto ocurre al amanecer en una colina sin nombre. El aire está húmedo y frío y la bruma baja parece salir de debajo de la tierra. Un hombre alto vestido con el uniforme de centurión de las legiones de Roma espera a una mujer cerca de las ruinas de un antiguo templo. Está nervioso, pero intenta disimularlo. Alguien se acerca, pero no es ella, sino un grupo de mercaderes en un carro tirado por bueyes. La coraza del uniforme le presiona el pecho. Las cinchas de la capa le irritan la piel. El casco metálico le aprieta las sienes. Aún así, intenta permanecer firme y erguido, sin perder el porte. El carro se aleja por el camino y se hace el silencio. La mujer aparece a lo lejos, a caballo, vestida con una delicada túnica. A medida que se acerca, su corazón se acelera más y más, y por momentos parece competir con el trote del caballo. El hombre repite la misma frase para sus adentros. "Pensaba que ya no vendrías", "pensaba que ya no vendrías". Y así una y otra vez, como una oración que sirviese para tranquilizarle. La mujer se aproxima y su corazón palpita. Sólo quedan unos segundos y el hombre intenta dominar sus nervios. Sólo hay una cosa que ocupa su pensamiento. "Pensaba que ya no vendrías". La mujer baja del caballo y se acerca. Se miran un instante. Él aguarda. La mujer corre hacia él y le abraza muy fuerte. Las hebillas de la coraza se le clavan en la espalda, pero él no se queja. Se separan y se miran a los ojos, muy de cerca. Ahora sí, el hombre susurra "pensaba que ya no vendrías" y la mujer responde sonriendo "a partir de ahora siempre estaré a tu lado" mientras le mira con los ojos brillantes. Sus caras se acercan. Pasa un instante de silencio. Nunca sintió nada tan desolador como cuando el director dijo "corten".

DE RATONES Y HOMBRES

"ochocientos euros es una ganga" dijo con satisfaccion el agente inmobiliario, y al hablar hacía vibrar su bigotito en una frecuencia tan alta que el movimiento de los pelillos apenas resultaba perceptible para el ojo humano. El cabrón parecía un jodido ratoncito vestido de traje, y encajaba perfectamente con la ratonera que intentaba venderme, pero aquello no era ninguna fábula: el tipo estaba hablando en serio.

LA INCIDENCIA

Una incidencia. Así lo llaman cuando un tipo se arroja a las vías. Así lo resuelven. Esto es lo que suena por la megafonía del metro: "Estimados pasajeros, debido a una incidencia hemos tenido que suspender el tránsito de la línea 6". No dicen "estimados clentes, un tipo se ha arrojado a las vías y no reanudaremos el servicio hasta que retiremos sus pedacitos de las ruedas del vagón". No dicen "estimados clientes, a veces uno puede sentir que la vida le ha superado y quiere escapar, pero no puede huir de lo que le atormenta y se siente tan cansado de luchar contra sí mismo que sólo quiere terminar con todo. Un hombre acaba de sentirse así en el andén de la línea 6". No lo dicen, así que todos los pasajeros nos miramos y salimos del vagón desconcertados, pensando al unísono un nuevo anuncio para la megafonía "No arrojarse a las vías es un acto de civismo. Sea cívico: no se arroje a las vías".

MORIR EN PRIME-TIME

Mi pesadilla es un vídeo de primera. Uno de esos vídeos de accidentes horribles, que no tienen nada de gracioso, pero que sin embargo emiten con risas de lata. Una escena desagradable, grotesca y fúnebre, pero que se exhibe como algo alegre y simpático. Un morbo impúdico y risueño. Es un asesinato o algo así. Puede que fuera mi propia muerte. Mi muerte con risas de lata. Se va el chaval, se va por el barranquillo. El colmo de la comedia trágica. Y después me despierto sobresaltado, en un charco de sudor, y miro aterrorizado el sobre que yace a mi lado en la almohada: dentro está el dinero del premio.

miércoles, 9 de marzo de 2011

NO ERES TÚ, ES OTRA

Es la fuente de la vida.
Es la rosa de los vientos.
Es la calle sin salida
donde viven mis lamentos.
Es mi corona de espinas.
Es el final de los tiempos.
Bebo para no quererla.
Me cago en todos sus muertos.